La broma. Primer capítulo

 

 

¡A las buenas!

Ahora sí que sí… ¡Ya está a la venta La broma!

Aquí tienes la sinopsis y el primer capítulo. ¡Espero que te guste!

 

La sangre ya estaba seca. Salpicaba sus vaqueros y su jersey con un siniestro estampado… La ley de utilidad ciudadana pretende acercar dos mundos muy diferentes a través de una gran asociación benéfica. Elisa y su hermano se unen por imposición. Mateo y su hermana por necesidad.

Tras las buenas intenciones, se oculta el verdadero peligro. Cuando Elisa deja de fingir ser lo que no es, empezarán los problemas para Mateo. No podrá librarse de ella, aunque ambos sepan que es la única forma de mantenerla a salvo.

La atracción entre ellos desencadenará los sucesos, y los primeros en verse afectados serán sus hermanos.

Un estudio sociológico. La búsqueda de la droga perfecta. El riesgo que supone salirse del papel establecido.

O detienen la amenaza, o todos serán arrastrados al olvido.

 

1. SALA DE URGENCIAS

 

La sangre ya estaba seca. Salpicaba sus vaqueros y su jersey con un siniestro estampado. Cubría por completo las manos de Elisa, volvía tan tirante la piel que le costaba mover los dedos. Sin embargo, el olor permanecía inalterable. No iba a irse nunca, como tampoco lo harían los recuerdos.

El médico le dedicó una sonrisa tranquilizadora. Ella no dejaba de ver el baño, y a Rebeca sobre el charco rojo.

—Rebeca está bien —aseguró el hombre—. Ha perdido mucha sangre, pero tanto ella como el bebé saldrán de esta.

Elisa sintió como el corazón le daba un vuelco. Rebeca estaba embarazada. El padre solo podía ser Alonso. Un zumbido en su cabeza consiguió aislarla. La sala de espera de urgencias desapareció. Dejó de escuchar a los familiares y pacientes que ocupaban las terribles sillas de plástico repartidas en hileras. Tampoco le llegaron los sonidos de la pelea que se desarrollaba justo a su espalda.

Tras encontrar a Rebeca en el baño, Elisa solo pudo llamar a su hermano. Alonso y ella habían sido los primeros en llegar. Lo mejor para todos era que el hospital se encargase de avisar a la familia de Rebeca. Antes que saliera el médico a informar, Mateo, el hermano de Rebeca, irrumpió en la sala de urgencias. En cuanto los localizó, se lanzó contra Alonso.

Sus gritos alertaron a los de seguridad. Nadie más se había atrevido a separar a los dos hombres jóvenes por temor a recibir alguno de los golpes que se propinaban. La última vez que Eli miró, las baldosas del suelo estaban salpicadas de sangre, ambos tenían diversos golpes, y ninguna intención de detenerse. Mateo por rabia, Alonso por culpa.

El médico la miraba con preocupación y cautela, listo para sostenerla si se desmayaba. Elisa se lo agradecería si no se hubiera quedado muda. Ni siquiera entendía cómo sus temblorosas piernas lograban sostenerla.

El grito de Mateo la devolvió a la realidad.

—¡Voy a matarte, hijo de puta!

Elisa parpadeó y se centró en el médico, quien miraba con temor tras ella. No podía culparlo. Mateo era bastante grande, Alonso también, y ambos estaban furiosos. Seguro que daban miedo, aunque no tanto como lo que aquel hombre acababa de decirle.

—Puedo… —dijo Elisa y su voz apenas fue audible. Carraspeó y cogió aire—. ¿Puedo… verla?

Los ojos verdes del médico seguían puestos en lo que fuera que sucediera tras ella. Elisa no se atrevió a girarse, porque ya no sabía en qué bando ponerse. Por las voces autoritarias, la policía tomaba cartas en el asunto. Creyó escuchar que ambos pasarían la noche entre rejas hasta que se calmasen. Entonces, el tono de Mateo se aplacó un poco, pidió que lo dejasen allí, que su hermana estaba ingresada. No le hicieron el menor caso, ni siquiera cuando Alonso aseguró que no iba a presentar cargos por agresión. Se los llevaban, a los dos.

Elisa escuchó su nombre en boca de ambos. Alonso le pedía que lo mantuviera al tanto, Mateo que se mantuviera lejos. Por ahora, no pensaba hacerles caso a ninguno. Por primera vez, iba a escuchar a Rebeca.

—No es usted familiar —dijo el médico muy cerca de darle la espalda.

Eli negó con la cabeza, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Alzó las manos, encontrándolas más ensangrentadas que nunca.

—Yo la encontré. Por favor, déjeme estar con ella solo un momento.

El médico la miró con seriedad.

—El de la cabeza rapada sí es un familiar, ¿no es así?

Eli bajó la vista ante la acusación que leía en el rostro del hombre.

—Esa chica me suplicó que la dejara morir, dijo muchas cosas —comentó el médico con un tono duro que hizo que Eli se encogiese todavía más—. Ahora está sedada, y no la dejaré pasar a menos que ella dé su consentimiento. Puede esperar, o puede preguntarse qué es lo mejor para esa chica. A mí me parece que ya ha tenido suficiente de vosotros.

Por fin, las piernas le cedieron. Quedó sentada ante el médico, quien no se compadeció lo más mínimo.

—¿Por qué fue? —Quiso saber el hombre—. ¿Una apuesta?

Eli no se atrevió a levantar la cabeza, pero sí respondió con voz ausente.

—Solo era una broma.

La voz del médico surgió con todo su desprecio.

—¿Le sigue pareciendo una broma?

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