6. El final… ¿Has sido tú?

 

Estimado visitante… primero, lo importante:

Si, lo sé: hoy no es día de entradas largas, ¡nos hace falta el tiempo!. Hay que preparar la cena, la ropa, arreglarse las uñas, el pelo, visitar blogs, amigos, familiares, conocidos; responder mensajes divertidos o profundos que llegan con el cambio de año y, a su vez, pasárselos a esos contactos que quieres que empiecen con buen pie.

Por mi parte, me propuse terminar esto en 2013 y aquí está. No he podido hacer lo que me hubiera gustado: dos finales para elegir. Este es el sencillo. La versión extendida con más escenas, más sangre y más malos, tendrá que ser en el nuevo calendario.

Pero lo que de verdad quiero decir, lo importante, no tiene que ver con el desenlace de esta historia y prometo ser breve:

Espero que el año a estrenar os traiga ilusión, felicidad, romances, aventuras, buenas lecturas, buenos momentos, ¡grandes momentos!, y, también, que los baches que pueda haber en el camino sean fáciles de esquivar.

Con todo el cariño:

 

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Estimado visitante… ¡Para el carro!

Puede haber muchas variables que te hayan traído hasta este rincón. Tal vez vengas a leer esta parte  de la historia en concreto, quizá mi pacto secreto con Google te arrastrara hasta aquí o puede que te hayas acordado de esta página y decidieras volver.

Por lo que sea y por si no lo sabes, este es el final de una historia que comenzó hace un par de capítulos. Si te apetece empezar por el principio o te has perdido alguna parte, aquí tienes los enlaces:

  1. El caso… ¿Has sido tú?
  2. La caída…¿Has sido tú?
  3. El aterrizaje… ¿Has sido tú?
  4. La biblioteca… ¿Has sido tú?
  5. El móvil… ¿Has sido tú?

Busca entre los nombres, es muy probable que hayas tenido algo que ver.

Sobre todo, espero que te guste.

Un beso y gracias por la visita.

 

 6. El final

 

Ya que hemos retrocedido para ser testigos de la reunión clandestina, sigamos en el pasado un poco más. Digo yo que, por muy ruin que fuera el señor alcalde, se merece que revivamos su último día y así, de paso, sabemos qué fue lo que le pasó.

Totalmente ajeno al plan de Mientras Leo y compañía, el señor alcalde se despertó igual de satisfecho que cuando se fue a dormir. Motivos no le faltaban, había pasado de ser un Troll repudiado a dueño y señor del lugar. Para él, la suerte jugaba de su parte al fin.

Podía haberse confiado, disfrutar el momento y limitarse a ese objetivo que tanto ansiaba: ahora que tenía el control del pueblo, conseguiría el mundo en general. Pero claro, uno no llega a maligno siendo un descerebrado. El alcalde era listo, muy listo, y sabía lo sumamente peligrosa que podía ser su comunidad.

Por eso había convertido en humanos a todos y, también por eso, conservaba algunos hechizos que a él le pudieran interesar. Como ejemplo, aquellos que se limitaban a objetos inanimados: espadas que no derraman sangre, puertas de habitaciones secretas que solo se abren con un fuego especial y algunos de su propia cosecha como el que conjuró para su casa, y que impedía el paso a cualquiera que fuera a robar o a atacar.

En resumen: No se fiaba un pelo de nadie… y hacía bien.

Despierto y vestido con uno de sus trajes, el alcalde dejó su habitación para ir a desayunar. De camino al comedor principal su sonrisa se fue ensanchando. Sustituir la pequeña cueva maloliente por una mansión no era para menos. La única pega que podía ponerle a la casa era la decoración.

Mentalmente fue sustituyendo el estilo clásico y sencillo, las formas armónicas, la claridad que tanto le gustaba al bien. Allí faltaban rojos, oro, figuras más violentas y menos bucólicas. Tenía que ser avasallador, una muestra de fuerza y poder. Quien entrara en su casa debía sentir miedo, no calidez, pero eso tendría que esperar.

No podía hacer su primera aparición pública con tanta fuerza. No le había dado resultado con la comunidad mágica, no cometería el mismo error con los humanos. Agradar primero, intimidar después. Metería sutiles muestras de grandiosidad e iría subiendo en consonancia.

Para empezar a cambiarlo todo, primero tenía que captar la atención. Había estudiado a los humanos y sabía que para ello era importante salir en la televisión. Lo haría, a cualquier precio pero, por eso de empezar con buen pie, prefería no tener que usar cierta desaparición.

Canopus estaba en el comedor preparando la mesa. Sin malos gestos distribuía alimentos y bebidas como un ama de llaves de verdad. Él sabía que le disgustaba profundamente la situación que vivía el pueblo pero nunca la había oído quejarse. En cierta forma admiraba la resignación del bien o, mejor dicho, la esperanza que tenía en que sus adeptos consigan un final feliz.

No tenía nada contra ella, era una simple cuestión de popularidad y de su sana costumbre de desconfiar. En teoría el bien debía mantenerse imparcial pero no terminaba de fiarse. De ahí el puesto. Al enemigo hay que tenerlo controlado.

Eran otros los enemigos que le preocupaban. Cada uno de los vecinos que rodeaban su mansión era un peligro que solo estaba esquivando por la ley de no poder matar al mal. Y debía mantener esta vigilancia, seguro que alguien encontraba el vacío legal oportuno .

El timbre de la puerta sonó y Canopus fue a abrir. Al cabo de un momento, regresó.

—Es Meg. Trae la figura.

 Sin darle demasiada importancia, el alcalde dispuso.

—Puedes colocarla donde te apetezca. —Cualquier sitio era bueno pero consideró oportuno que ella lo eligiera. De vez en cuando le daba un poco de margen en agradecimiento a esa política de no entrometerse.

Al terminar el desayuno, regresó a la planta superior y fue hasta la biblioteca.

En ella, Canopus encajaba la figura sobre un pedestal que había en uno de los extremos.

La observó detenidamente. Él no la hubiera colocado allí pero tampoco desentonaba.

—No está mal. Si has terminado puedes subir el desayuno de nuestra invitada.

Canopus asintió y dejó la biblioteca.

El alcalde se había asegurado de que nadie supiera dónde estaba la elegida. Era algo que tomar en serio y, si no quieres que un secreto se sepa, no lo cuentes. También por eso trabajaba solo y hasta la fecha le había ido bien.

Cargada con una bandeja, Canopus volvió a la biblioteca, la dejó sobre la pequeña mesa redonda y se retiró.

A solas, el alcalde fue hasta el cofre que contenía la piedra. Siempre lo dejaba abierto a modo de burla. En realidad la única que entraba en esa sala era Canopus pero le gustaba saber que, de darse alguna visita, esta no la podría ni tocar. La única que sí podía era la elegida. Por fortuna, ella no tenía ni la más remota idea de por qué había sido secuestrada.

Con la más preciada joya mágica en la mano se aproximó a una de las paredes, cerca de la puerta. Sostuvo la piedra en alto unos segundos y cerró los ojos. Un brillante resplandor iluminó una zona concreta que se despegó de la pared formando una puerta.

Tras poner a buen recaudo la piedra, cogió la bandeja

—El desayuno Yaz. Y más te vale no intentar escapar otra vez.

Mientras Leo apenas había pegado ojo en toda la noche. Su plan dependía en gran parte del azar y este puede ser muy traicionero. Como muestra, la situación en la que se encontraban.  Tenían que conseguir tres cosas: matar al alcalde, liberar a la elegida y recuperar la piedra. El orden daba igual pero todo sería mucho más fácil si primero se libraban de él.

Se enfrentaban a un rival a la altura y todo tenía que estar bien hilado. No tenían magia pero si un inmenso conocimiento, en gran parte sacado de los diversos libros que ocupaban los estantes.

Mere se presentó a primera hora con una energía que no había mostrado la noche anterior. De hecho, estaba allí porque se había quedado dormida durante la exposición del plan. Mientras Leo confiaba en ella pero entendía que el Hada diurna lo captaría todo mucho mejor bajo la luz del sol.

—Tu parte consiste en alertar a todos. Avisa a Celi, a Lea, a Gabi, a Becky, a Isa, a Ana, a Carla y a Patri. Tras la señal,  deben retener al alcalde todo lo posible para que Sisi tenga tiempo.

—Está hecho —aseguró Mere.

Mientras Leo estaba segura. Cada uno de los habitantes de aquel pueblo haría cualquier cosa por recuperar su mundo. Tanto daban las diferencias que pudieran tener. Ante una causa común, eran uno solo.

En cuanto Mere se fue, caminó de un lado a otro por los pasillos. Tras unos minutos, escuchó justo lo que quería oír.

—¡La tenemos! —exclamó Pablo desde la trastienda de la biblioteca.

A Mientras Leo le faltó tiempo para ir a reunirse con el Dragón.

Al menos una parte de su plan había salido bien. La cámara que habían colocado en la figura de Meg era el único modo de saber dónde ocultaban a la elegida. Dependían de Canopus, de que pudiera situarla en el lugar adecuado sin ver comprometida su posición.

Casi pegada a la pantalla del ordenador, Mientras Leo llegó justo en el momento en el que el alcalde cerraba la puerta.

—Vaya, buen escondite —le reconoció—. Rebobina, tenemos que saber cómo se abre.

Pablo no necesitaba rebobinar pero lo hizo.

—Me temo que está hechizada, a ti te lo voy a contar… y tiene que ver con la piedra.

Mientras Leo prestó toda su atención a las imágenes en las que el resplandor abría la puerta.

—Un hechizo de fuego de Alejandría*1.

Pablo habló sin mucho entusiasmo.

—O lo que es lo mismo: magia.

Mientras Leo siguió observando la pantalla. Conocer el hechizo en concreto le daba cierta ventaja y, tras meditarlo, encontró la solución.

—Con un determinado fuego bastará y sé muy bien cómo podemos colarlo en la habitación. Necesitamos a Valaf.

Tras devolver a Yaz a la habitación secreta, el alcalde dejó la biblioteca que tenía en su casa. Silbando, fue a la cocina para informar a Canopus.

—Estimada antagonista, puede pasar a recoger la loza cuando le venga bien.

Canopus resopló con impaciencia.

—Iré en seguida.

El alcalde iba a salir por la puerta cuando el teléfono sonó. Porque le cogía de camino, contestó a la llamada.

—Ah… hola señor alcalde… yo… soy Loida… Puedo entregarle las espadas hoy.

La noticia fue bien recibida.

—No sabe cuánto me alegra oír eso. Las estaré esperando impaciente.

Divertido y muy animado, con la cabeza a rebosar de formas de anunciar la colección y asegurarse de que la prensa le hiciera caso, el alcalde salió a la calle.

Como cada día, fue comercio por comercio. Debía recordarles quién mandaba allí y, de paso, investigar acerca del paradero del oro de los enanos que le vendría muy bien y no creía desaparecido en absoluto.

El dinero era importante y un modo  más efectivo de ascender en el mundo normal. No había dejado de buscarlo pero, o bien se resistía, o era verdad que no quedaba rastro de él.

Una vez hecha la primera parte de la ronda, se tomó un descanso para el café.

Con confianza y seguridad entró en la taberna, se acomodó en la barra y le pidió a Mari lo de siempre. No había rastro de Valaf.

Este simple detalle lo incomodó, activó su suspicacia y mandó al traste gran parte de su buen humor. Innumerables pretextos podrían justificar que el tabernero no se encontrara en su negocio pero su olfato le decía otra cosa. Estaba seguro, segurísimo, de que el complot que se temía iba a empezar.

Valaf se reunió con Mientras Leo en la biblioteca y sacó el libro que llevaba oculto bajo el abrigo. Con sumo cuidado, lo dejó sobre el mostrador principal.

—Aquí tiene su pedido, bien cargado y ligeramente agitado. Un coctel infalible. Una chispa… y tremenda antorcha —explicó de lo más animado, gesticulando con las manos para darle teatralidad.

—Pues mejor lo envolvemos no vaya a ser —dijo Mientras Leo. Tras un rápido vistazo por los cajones, encontró la sobrecubierta que ella misma había preparado. Al contrario que el libro en sí, altamente inflamable, esta era prácticamente ignifuga. El libro aún tenía un recorrido que hacer y toda precaución era poca.

Blacquier entró en ese momento. Se acercó al mostrador y sonrió ante el título del libro.

—Que sutil —comentó.

—De otra forma ni miraría para él. ¿Cómo vas con tu parte? —le preguntó Mientras Leo.

Blacquier se entretuvo curioseando entre los libros más próximos.

—Tengo a medio pueblo muerto de miedo pero, si Blue y Sisi hacen bien su parte, entraremos en la mansión y Canopus no sabrá nada de lo que pase allí.

Valaf meneó la cabeza. La Arpía era de lo más singular. El único motivo por el que ella era mejor que el alcalde se reducía a que no tenía la menor intención de dominar el mundo. Con hacerle la puñeta a unos cuantos ya era feliz.

En la calle, al amparo de uno de los soportales, estaba Blue. La bruja sabía que iba a jugársela, el alcalde desconfiaba de ella más que de otras. Si quería robarle el reloj iba a tener que acercarse tanto que, de un modo u otro, se cruzarían.

Lo último que quería era vérselas con él frente a frente. La había amenazado una vez. Si volvía a decir algo en su contra lo pagaría… y no solo había dicho muchas cosas, sino que iba a hacer muchas más.

De ahí que su tarea fuera solo quitarle el objeto para pasárselo en seguida a Sisi. De la Ninfa no desconfiaba, la creía demasiado asustadiza… o sensata. Menuda sorpresa se iba a llevar.

Lo importante era que no la pillara a ella acercándose. De verla venir, el alcalde extremaría precauciones y le sería imposible hacer su parte del plan.

En cuanto el alcalde salió de la taberna, lo encontró un poco ensimismado. Tenía esa expresión de sospecha sin confirmar. Blue supo que esa era su oportunidad.

Hizo las señas que avisaban a los demás y se aseguró de que al menos Sisi las recibiera. La vio palidecer. Si, lo había captado a la percepción.

Ahora, dependía de ellas dos.

Sisi tenía el corazón a un paso de salírsele del pecho. De ser descubiertas, el alcalde las haría picadillo. Centrada en su respiración, se repitió los puntos fuertes que tenía el inusual equipo. Confiaba en Blue, era buena, y ella también lo era. Solo tenía que mezclarse con los demás y llegar hasta la parte trasera de la casa. Allí estaría Blacquier. Se le ocurrían infinidad de lugares mejores que al lado de la Arpía pero tampoco ponía en duda su capacidad y, si algo salía mal, prefería tenerla a ella cerca.

Vio como Blue se acercaba al hombre. Sigilosa como un gato, efectiva como un depredador. Estaba allí, al lado del alcalde, pero este no se dio cuenta. Sisi la vio moverse con tanta normalidad que, de no conocer sus intenciones, no hubiera tenido la menor sospecha.

Era su turno. Un visto y no visto. Justo cuando el alcalde reparó en Blue, Sisi cogía al vuelo el reloj que esta le había quitado.

La Ninfa se ordenó no echar a correr, caminó entre sus vecinos y miró hacia atrás para ver cómo le iba a Blue.

El alcalde la había descubierto. No sabía qué le estaba diciendo pero por la cara de Blue no era agradable. Tenía que darse prisa. El plan no podía fallar o todos lo pagarían caro.

Casi se pone a llorar de puro alivio al llegar a la parte trasera de la casa y ver allí a Blacquier.

—¿Lo tienes? —preguntó la Arpía, sin hacer el menor caso a los signos de angustia de Sisi.

La Ninfa asintió.

—Bien podría haber mangado de paso la llave de repuesto —refunfuñó mirando la puerta sin saber bien cómo le sería más fácil abrirla.

Sisi contempló la puerta. Dio por sentado que Blacquier forzaría la cerradura con algo, lo que no esperaba era que la Arpía diera un paso atrás para darle una patada que reventó el cierre.

—Puerta abierta.

Como era de esperar, Canopus acudió inmediatamente y miró a Blacquier como si se hubiera vuelto loca.

—¡Cuanto lo siento! —mintió Blacquier.

El ama de llaves tuvo que echarse a un lado para evitar que la Arpía se la llevara por delante al entrar en la casa. Su sorpresa fue en aumento al ver que tras ella iba Sisi.

—¿Pero qué…?

Blacquier le pasó el brazo por los hombros y prácticamente la arrastró en dirección opuesta a la Ninfa.

—No te hagas la tonta que sabes perfectamente de qué va esto —respondió la Arpía—. Ahora, tú y yo vamos a tener una pequeña charla para ir conociéndonos mejor. Sisi terminará en seguida, ¿verdad?.

Sisi ya estaba subiendo por las escaleras. Ante el silencio, Blacquier hizo un gesto de aceptación.

—Sí, será un momentito.

Sisi subió los escalones de tres en tres, como si quisiera escapar de esa sensación desagradable que le provocaba el estar allí. Sin detenerse, entró en la biblioteca. Debía abrir la ventana, colocar el reloj cerca de esta, en uno de los estantes que no estuviera demasiado elevado para no arriesgarse a que no lo vieran. Después, desenganchar uno de los escalones y procurar que no se notase.

Tuvo la impresión de que tardaba una eternidad.

En cuanto lo preparó todo, salió con la misma rapidez con la que había entrado. Al llegar al recibidor, avisó a Blacquier.

—¡Hecho! —exclamó, deseando dejar la casa del alcalde no fuera a adelantarse. Notó un pinchazo en la pierna pero no le dio importancia. Habría tropezado con algo. Solo tenía cabeza para dejar el lugar cuanto antes.

En una sala próxima, apoyada contra uno de los muebles en los que se guardaba la cristalería, la Arpía farfulló algo inteligible y guardó su móvil. Quién le iba a decir que tenía algo en común con el bien.

—Aún no he pasado el maldito nivel.

Canopus se rió por lo bajo.

—Pues yo ya llevo dos.

Blacquier dejó la sala refunfuñando.

—Esto no acaba aquí.

Tras el encontronazo con Blue, el alcalde estuvo tentado a volver antes a casa. De no ser porque el último establecimiento era de los que había que tener bien controlados, lo habría hecho.

Como detestaba a esa bruja. Nunca sabía por dónde iba a salir y no acataba órdenes. Cosas como esas eran las que compartían aquellos que él tenía en el punto de mira. Si solo fuera uno, podría aguantarlo. El número era mayor, prácticamente todos eran así, y eso solo lo cabreaba aún más.

Debía mantener la cabeza fría y anticiparse a lo que fuera que tramaran contra él. La sospecha iba tomando cuerpo. Blue había hecho algo, seguro. Ahora iba a la biblioteca, necesitaba todos y cada uno de sus sentidos al cien por cien.

Nada mas acercarse, el contenido del escaparate duplicó su mal humor. La bibliotecaria estaba en cabeza en la lista de los que le preocupaban.

Entró y fue directo al mostrador. Tras él, Mientras Leo desempaquetaba con sumo cuidado un cartel de unos cursos de escritura.

—Creí haberle dejado claro qué tipo de libros quería en un primer plano.

Muy tranquila, Mientras Leo continuó a lo suyo.

—Algo dijo, sí.

El alcalde tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no arremeter contra nada.

—Tiene hasta esta tarde. Volveré y como ese escaparate no tenga lo que yo le he dicho, cerraré este lugar.

Sin inmutarse, Mientras Leo apoyó el cartel contra el mostrador y, por fin, miró hacia el alcalde.

—Haga usted lo que le venga en gana. ¿No es lo qué acostumbra a hacer?. —Dicho esto, colocó el libro que le había dejado Valaf junto con un par más sobre el mostrador, como si fuera a clasificarlos.

—Eso es justo lo que haré —aseguró el alcalde, observando los libros.

Por el título, por la portada o por lo inusual de una antología de autores sin apellidos, cayó en la trampa.

—¿Qué es esto? —preguntó al tiempo que cogía el ejemplar. Al tenerlo más cerca, arrugó la nariz—. ¿A qué huele?.

Mientras Leo se encogió de hombros.

—Ni idea, acaba de llegar. Es una editorial nueva. Del olor… yo no noto nada.

El alcalde hojeó la antología sin mostrar demasiado interés.

—Ya conoce las normas —le dijo Mientras Leo—. Tengo que clasificarlo. Cuando venga por la tarde a cerrar la biblioteca se lo puede llevar.

Con una sonrisa socarrona, el alcalde agitó el libro.

—Ya conoce usted las normas: puedo hacer lo que quiera, así que me lo llevo.

—¡No puede hacer eso! —protestó Mientras Leo.

Libro en mano, riéndose, el alcalde le dio la espalda.

—Ya lo creo que sí.

Con la satisfacción de amargarle el día a la bibliotecaria, el alcalde regresó a la calle.

A él no lo engañaba. De cerrar la biblioteca Mientras Leo lo iba a pasar realmente mal. Definitivamente lo haría, al menos unos días. A ver si así quedaba claro quién mandaba allí.

Para cuando llegó a su casa, el alcalde tenía la cabeza llena de posibles ataques contra él, a cada cual más enrevesado.

Fue directo a la biblioteca. Era imposible pero no podía evitar preocuparse que hubieran dado con el paradero de la elegida e intentaran liberarla. Imposible, se repitió, entraba dentro del concepto de robar y el hechizo de la casa les hubiera impedido el paso. Todo eso solo acabaría si él moría y eso tampoco era posible.

Todo estaba igual que al marcharse. Se aseguró con una revisión… y encontró su reloj de bolsillo en un estante en el que no debería estar.

Ni siquiera se paró a pensar. Movió la escalera y se subió para recuperarlo. Le gustaba mucho ese reloj, se lo había robado al único guardia que se cruzó en su camino cuando la suerte le permitió hacerse con la piedra.

En él pensaba cuando el escalón se desencajó. Trató por todos los medios de sujetarse, de mantener el equilibrio. Sus dedos llegaron a rozar los laterales de la escalera pero la fuerza de la gravedad fue más eficaz que su empeño.

Lo último que el alcalde vio fueron las espadas de Loida. Lo único que pudo pensar era que el carro no estaba allí cuando entró en la casa. Si las hubiera visto, quizá sospechase algo, hubiera visto la ventana abierta… Esa fue su última reflexión.

Canopus estaba en el recibidor sin mostrar la euforia que podía verse en los demás vecinos. A pesar de sus acciones, para ella la muerte del alcalde era una vida que se acababa de terminar.

Blacquier volvió a colarse en la casa, esta vez por la puerta principal.

—Cambia esa cara Canopus, tenemos una elegida que rescatar —le dijo a modo de saludo.

—Creo que conoces el camino —comentó Canopus—. En cuanto la liberes, podré intervenir.

Alejándose del ama de llaves, la arpía subió directa hacia la biblioteca. No dejaba de resultarle curioso que su primera acción como malvada oficial fuera hacer el bien.

Al entrar en la habitación, sonrió al ver la ventana abierta y el escalón desencajado. La única pega que podía ponerle al plan era que no se le hubiera ocurrido a ella.

Sin prisas, disfrutando el momento, barajando la opción de construirse una mansión o seguir en la siniestra casa a la que tanto cariño le tenía, buscó el libro. Una vez dio con él le quitó la sobrecubierta y colocó la antología apoyada contra los libros que ocupaban la parte de estantería que ejercía de puerta secreta.

Hecho esto se retiró hasta la puerta y encendió un cigarrillo. Tras un par de caladas, lo lanzó contra las tapas. No falló. El libro se convirtió en una bola de fuego que la obligó a dar un paso atrás y resguardarse mejor. Impresionada, sacó su móvil y contactó con Mientras Leo.

—Insisto, que sutil. Creo que me he quedado sin cejas.

Al otro lado de la línea, Mientras Leo se rió.

—Ya te crecerán. Se necesita mucho fuego y mucho calor para igualar el hechizo, tendrás que esperar un poco … Oye, por curiosidad… ¿Qué libros nos hemos visto obligadas a carbonizar?.

Blacquier, que se había fijado en eso, hizo tiempo para que pareciera que le daba igual y, de paso, encendió otro cigarrillo.

—Vaya, quién lo iba a decir: libros de autoayuda.

La réplica de Mientras Leo no se hizo esperar.

—Qué lástima…

En ese mismo momento, en una estación de servicio hasta hacía poco abandonada, los que habían sido designados vigilantes, el Profeta y el Fauno, conocían a la detective Mocauy.

Blacquier encendió otro cigarrillo.

—Como esto siga así me voy a fumar media cajetilla —protestó. Las llamas se ensañaban con la estantería y lo que la ocupaba, se habían extendido por la biblioteca, amenazaban con ocupar el pasillo, pero la puerta no se daba abierto.

Varios vecinos colaboraban para mantener a raya el fuego.

A su lado, Canopus se retorcía las manos.

—Me preocupaba más la chica que está ahí dentro. La habitación secreta está aislada, su ventilación es diferente… pero no sé…

Muy en su línea, la arpía no estaba en absoluto preocupada.

—Relájate Canopus, no sabremos cómo está hasta que se abra la puerta.

Canopus la miró desconcertada.

—A ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad.

—Que va —le dijo Blacquier.

Una densa humareda las rodeó. Al hacer frente al incendio el humo empezaba a ser preocupante.

Canopus no sabía si la elegida podría oírla o no pero tenía que intentarlo.

—Aguanta Yaz, te sacaremos de ahí… tú… aguanta.

El teléfono de ambas sonó, tenían un whatsapp. Blacquier gruñó al leer el mensaje.

—Lo que faltaba, un Ce62.

En la reducida habitación, con la funda de la almohada humedecida para proteger su nariz y su boca, a Yaz le hubiera gustado replicarle a aquella voz que ya estaba aguantando demasiado.

Su vida normal se había ido al traste por culpa de un inocente paseo por el bosque. Si salía de esa, no volvería a acercarse ni a un jardín.

Si se lo cuentan no se lo cree. De hecho, aún le costaba asumirlo.

Sus tías, Anamari y Selene, tenían razón. Debería haber ido en coche pero no, tenía que pasear. Le apetecía atravesar el bosque, despejarse, disfrutar de la paz y la tranquilidad que se respiraba en plena naturaleza y lo había hecho hasta que aquel “alcalde” había aparecido en el camino.

Se le hizo extraño encontrar un tipo trajeado en pleno bosque pero parecía amable y sincero al decir que se le había averiado el coche. ¿Cómo iba a imaginarse que pretendía secuestrarla?.

Ni siquiera sabía por qué se había quedado inconsciente y cuando volvió en sí ya estaba en la habitación. Pasaron horas hasta que aquel estirado le dijo que era la elegida.

Seguía sin saber quién la había elegido o para qué pero, al parecer, se reducía a pasarse el resto de sus días encerrada.

Por no saber no sabía ni en qué día estaba. Había perdido por completo la noción del tiempo. Parecía que llevase siglos allí y todos sus intentos de fuga habían sido en balde, o habían tenido como resultado algún que otro chichón y varios ayunos.

Y ahora esto. Por muy amistosa que le sonara la voz que acababa de escuchar, no le era fácil ser optimista.

Cuanto más tiempo pasaba, más se llenaba de humo la habitación. Los ojos le escocían y empezaba a marearse.

De pronto, escuchó un click. Conocía bien ese sonido, era el que hacía la puerta al abrirse. Esperanzada se puso en pie, demasiado rápido. Cuando intentó dar el primer paso, se desmayó.

La aparición de la detective Mocauy había puesto nerviosos a aquellos vecinos que se habían enterado de lo que la llevaba allí.

Mientras Leo había salido a la calle para valorarla y, de un solo vistazo, supo que no iba a ser nada fácil librarse de ella.

Lo sentía por la recién llegada pero no habían llegado tan lejos para estropearlo justo ahora. Haría lo que fuera necesario pero la detective no se iría de allí con la verdad, ni tendría la menor opción de pedir refuerzos o alertar de cualquier forma a nadie más.

Yaz se despertó con el desagradable humo envolviéndola y la certeza de que alguien estaba abofeteándola.

—Vamos, vamos. ¡Reacciona! —exigió Canopus.

—Ya, ya, ya —protestó Yaz—. ¡Deja de pegarme!.

—¡Por fin! —gritó Canopus agarrándola del brazo para que se levantara—. Venga, que se acaba el tiempo. ¡Arriba!.

Por no perder el brazo, Yaz se levantó, todavía enemistada con la gravedad. Estaba completamente descolocada. La mujer de voz amable no estaba siéndolo en absoluto. Tenía los ojos tan irritados que apenas podía ver dónde se encontraba.

Canopus la sostuvo a tiempo, antes de que regresara al suelo. No le gustaba tener que azuzarla, entendía su estado y era evidente su confusión pero la magia debía volver a su lugar, los habitantes del pueblo necesitaban contar con ella aunque fuera de forma débil para poder librarse de cualquier entrometido por las buenas.

—Escúchame, es importante. ¿Ves esa piedra de ahí?. Tienes que cogerla. La vida de una buena persona depende de lo rápida que seas.

Yaz soltó un quejido. No entendía nada en absoluto. Su visión empezó a mejorar. Estaba en la biblioteca del alcalde, esa parte la conocía bien.

—Quiero una explicación.

Canopus no dejó de tirar de ella pero se la brindó.

—Muy fácil: Yo soy Canopus, el bien y tú eres la elegida, la única que puede tocar la piedra y devolverla al lugar que le corresponde.

—Eso no…

Ni siquiera pudo decir más de dos palabras. Desde la puerta, le llegó una voz en absoluto amable con un buen motivo para colaborar.

—O coges la puñetera piedra o te vuelvo a encerrar —la amenazó Blacquier.

A regañadientes, Yaz extendió los brazos y tanteó su alrededor. Canopus la guió hasta el cofre. Al coger la piedra, lo único que notó fue su peso y su frialdad.

—¿Y ahora qué?

—Vamos a devolverla —respondió Canopus, sin dejar de guiarla.

—Rapidito —las apremió Blacquier en cuanto pasaron a  su lado y las siguió por si la elegida volvía a flaquear.

De camino a dónde fuera que la llevaban, a Yaz le pareció que la humareda empezaba a ser menos espesa y sus ojos respondían cada vez mejor. Se percató de su lamentable aspecto. Canopus no estaba mucho mejor y aún así parecía feliz.

Había dicho que era el bien. Definitivamente había ido a parar a un lugar de pirados. Igual estaba más segura dentro de la habitación.

Nada tenía el menor sentido y no mejoró cuando la arrastraron hasta una especie de sala subterránea en la que no había otra cosa que un saliente en una de las paredes de piedra.

—Ponla ahí —le pidió Canopus.

Yaz hizo lo que le mandaban. Esperaba que así la dejasen en paz y quería perder de vista a la otra mujer que, ya puestos en adjudicar papeles imposibles, tenía toda la pinta de ser el mal.

En cuanto dejó la piedra sobre la roca sintió algo que no fue capaz de describir. Una calma comenzó a apoderarse de su cuerpo y parecía susurrar que ahora todo estaba en su lugar.

—Pero qué… —murmuró.

Blacquier interrumpió el momento.

—Oh  vaya, eso mismo. Se hace tarde y tienes que adecentarte. Canopus te pondrá al tanto por el camino.

Yaz no había entendido palabra pero no pensaba preguntarle a Blacquier. De regreso al recibidor, Canopus aclaró sus dudas.

—Una detective ha venido por tu desaparición. Intentan despistarla pero les resulta complicado y cómo descubra cualquier cosa extraña que pueda delatarnos… no saldrá de aquí.

Yaz la miró con expresión derrotista.

—¿Descubrir el qué?. No tengo la menor idea de lo que me habla.

—Lo sé. Descuida, es importante que conozcas toda la verdad. Así será más fácil buscar una buena versión con la que librarnos de ella.

Separándose de Blacquier, Canopus y Yaz dejaron la mansión y atravesaron la calle a la carrera para evitar que Mocauy, en la tienda de música, las viera.

De no ser por lo que transmitía Canopus, Yaz se hubiera escabullido y ella misma iría a pedir auxilio a la detective. Esta sensación, sumada a lo que había sentido al dejar la piedra en el saliente, la tenían demasiado confundida para escuchar cualquier tipo de razón.

Después de la larga charla mantenida con Canopus, Yaz se creía lo que sucedía en aquel pueblo, lo que eran sus vecinos, y precisamente por ello no veía la hora de marcharse de allí. Había tenido que esperar a que la detective dejara la casa del alcalde, porque debían robarle una prueba o algo así. No había prestado demasiada atención.

Habían sido unos días horribles, estaba cansada, lo único que ella deseaba era irse a su casa y recuperar su propia normalidad. Sí, los entendía a la perfección.

Nada más entrar en la biblioteca le llegó parte de la conversación que mantenían Mocauy y Mientras Leo. Se acercó con normalidad, sin dejar de escuchar, agradecida porque la única que había reparado en ella fuese la bibliotecaria.

Las intenciones de la detective estaban claras: no dejaría el caso del alcalde ni con su aparición, ni así le jurase que esa gente no le había hecho nada.

Con un ligero sentimiento de culpa observó la estantería repleta de libros que tenía más cerca y se hizo con una contundente edición del Decamerón.

—Por supuesto —le dijo Mientras Leo a Mocauy—. Está justo detrás de usted.

Antes de que la detective tuviera tiempo a volverse, Yaz la golpeó en la cabeza con el libro.

Mocauy cayó inconsciente ante las botas de Mientras Leo.

—Buena elección, Yaz —la felicitó, al tiempo que le tendía la mano para presentarse—. Soy Mientras Leo.

Tras el apretón, Yaz contempló a Mocauy.

—¿Y bien?.

Después de tantos planes arriesgados, Mientras Leo agradeció la facilidad de este.

—La subiremos a su coche y ambas os iréis a la gasolinera. Para cuando se despierte el pueblo será ilocalizable y el golpe un resbalón.

Mocauy se despertó aturdida y con un dolor de cabeza de mil demonios. Le costó orientarse pero los recuerdos no tardaron en regresar.

Sobresaltada, a la defensiva, se sentó y observó el lugar en el que se encontraba incapaz de asumir lo que veía.

Estaba en una gasolinera, muy similar a la que había visitado antes de llegar al pueblo… si no era la misma… pero parecía llevar décadas desocupada.

—¡Por fin despierta! —exclamó Yaz acercándose a ella para ayudarla a incorporarse.

Mocauy la miró perpleja.

—¿Yaz?

Yaz asintió.

—Creo que ha estado buscándome —le comentó mientras la ayudaba a apoyarse contra el capó del coche—. Espero que no le moleste pero cuando la encontré y vi que estaba inconsciente… creí que sería mejor saber quién era usted. Le agradezco mucho que viniera a buscarme y me encontró. De no ser por el ruido de su coche seguiría dando vueltas por el bosque.

Mocauy se pasó la mano por la parte posterior de la cabeza.

—¿Cómo?. ¿De qué hablas?. Estabas en el pueblo. Acabé allí por tu desaparición y me encontré con el asesinato del alcalde… y la bibliotecaria me dijo que te había visto.

La expresión de Yaz solo dejaba ver que consideraba el golpe de la cabeza bastante grave.

—No hay ningún pueblo por aquí. En serio, lo habría encontrado… Debería verla un médico. Su teléfono pasó a la historia al aterrizar sobre él pero el camping Rizel no puede estar lejos. Tal vez allí…

Mocauy observó el suelo en el que se había despertado. Aparentemente se había caído pero no tenía sentido que hubiera parado allí si la estación no funcionaba.

—¿Por qué iba a parar aquí? —se preguntó en voz alta.

—Por esto, claro —respondió Yaz, tras recoger una hoja del suelo en la que, escrito en fucsia, pedía ayuda—. Pensé que no estaba de más.

Mocauy se fijó en el cartel improvisado. Recordaba uno similar, escrito en el mismo color… pero no ponía eso.

—No puede ser…

Insistió. Describió todo lo que había visto. Desde las baldosas amarillas hasta las espadas que habían dado muerte al alcalde. No olvidó el extraño nombre de los comercios y, al tiempo que hablaba, no necesitaba ver el gesto de Yaz para saber que no la creía. De hecho, ella empezaba a dudar.

Todo rasgo característico resultaba tan pintoresco que no podía ser real.

Yaz tuvo que morderse la lengua para no confesar.

—Se ha dado un buen golpe. Ha debido soñarlo. A mí a veces me pasa…

Mocauy la interrumpió, suspicaz.

—Hueles a humo.

—¿Perdón? —preguntó Yaz. Con eso no habían contado.

—Hueles a humo y en el pueblo que no existe hubo un incendio.

Yaz se encogió de hombros.

—He estado a la intemperie, me moría de frío y encendí una hoguera… Sé que está prohibido y eso, pero no…

Mocauy agitó las manos interrumpiéndola.

—Da igual.

Como la detective parecía ensimismada, Yaz tomó la palabra otra vez.

—Tal vez deberíamos marcharnos. No me apetece pasarme las fiestas aquí, he tenido bosque para una buena temporada. Si hubiera sabido conducir tu coche ya estaríamos en la ciudad.

Una corazonada volvió a asaltar a la detective.

—Deberías saber llevar mi coche. Se supone que tienes carné de conducir.

—Y tengo un coche, automático. En el suyo me sobraba un pedal.

Todo cuanto decía solo servía para que Mocauy se sintiera peor. ¿En realidad había sido un sueño?. Tenía sentido, mucho más que de ser algo real… pero le había resultado todo tan… Tuvo que intentarlo por última vez.

—¿Y el nombre que vi en tu habitación?. Era un pueblo, lo vi… la policía estuvo en ese pueblo —aseguró.

Yaz negó con la cabeza y, tras colar el brazo por la ventanilla, le tendió el expediente en silencio, como si no quisiera resaltar que una vez más estaba equivocada.

Mocauy observó las fichas con horror. El nombre seguía allí: Adryana pero, según las anotaciones, era el nombre de un contacto de facebook. No había una sola mención acerca de que la policía hubiera ido a visitar el pueblo.

—No existe —murmuró con incredulidad. Empezaba a asustarse. Ella creía tener esos recuerdos de verdad y no estaban relacionados con el golpe.

Con suavidad, Yaz le pasó la mano por el brazo.

—Si prefieres podemos ir andando.

Mocauy dudó. Estaba bien… pero le había resultado todo tan real. Se fijó de nuevo en la gasolinera y le pareció que, por un segundo, volvía a estar en perfecto estado. Incluso le llegó la voz de Aly, la chica que la había atendido, con claridad:

 —“Dice la profecía…”

Mocauy se estremeció.

—Andando, sí. Mejor.

 

 

 

  1. Aportación de Valaf.

 

 

Nota: Me he agenciado vuestros nombres, si, os avisé. La mayoría son de los que comentáis o habéis comentado varias veces, también estarán en ella blogueros a los que yo sigo y algunos de los que le habéis dado al “me gusta” en facebook. Desconocido, Misterioso, Discreto, y demás corresponden a los que no he podido meter o no conozco. La historia se divide en varias partes que iré subiendo a los pocos y terminará antes de fin de año. Con esto resuelvo un caso y la felicitación navideña del blog… que me he quedado sin postales 😉

En cualquier caso, espero que os guste.

 

 

 

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16 Responses to 6. El final… ¿Has sido tú?

  1. Valaf Molotov 31 diciembre, 2013 at 11:42 #

    (Ahora pondría cara de alucinado, y de hecho la tengo)

    BRUTAL!!!! (y no porque sea licántropo)

    Al final los has relacionado a todos en un plan para cargarse al Troll-alcalde y, de paso, rescatar a la chica, vaya tela, VAYA TELA…

    Me apena la pobre detective, por cierto, ¿qué edad se supone que tiene?, jajajajaja…

    Lo de Mientras Leo estaba cantado: la cabecilla del flamígero siniestro, aunqueeeeeee…fue con un buen propósito. Por cierto, espero que tras el golpe con el Decameron no le pasaran, por ciencia infusa, toooooodas esas historias a la mente de la detective, jajajajajajaja…

    Y es que además, has ido atrás en el tiempo, adelante…y sin dejar cabos sueltos en la historia, BRILLANTE!!!!!

    (Haría un acróstico con brillante, pero tenemos que salir hasta horas de comer a por unas cosillas, jajajajaja…)

    FELIZ ENTRADA DE AÑO, LADY NESA!!!!!!!

    Y un beeeeeeeeSAZO!!!!!!!!

    • nesa 2 enero, 2014 at 23:23 #

      jajaja… Vale, te perdono lo del acróstico. Era un mal día y son muchas letras 😛
      Sobre la edad de la detective… pues no tengo ni idea. La que prefieras pero mejor tira por lo bajo no vaya a ser que se ofenda y te empapele jajajaja
      Muchísimas gracias por seguir la historia, por tus comentarios y por ser tan buen personaje. Da gusto trabajar con profesionales 😉
      Un besazo Lord Valaf Molotov de los Licántropos.
      ¡¡Que el 2014 venga cargado de cosillas buenas!!!

  2. Mari 1 enero, 2014 at 12:44 #

    ;))) ¡¡Exquisito!!

    Me da que tengo que suscribir la opinión de mi marido…¡¡Has hilvanado la historia sin dejar lagunas!! -Veo que, finalmente, diste con la alquitara del sótano de la bodega…jaja. Te cuento que nunca me olió a licor de plátano, tal y como me decía él…jaja…;))

    ¡¡Feliz Año Nuevo!!
    B7s

    • nesa 2 enero, 2014 at 23:43 #

      jajaja… me alegra muchísimo que te haya gustado, Mari.
      Y gracias por el soplo, nunca lo había encontrado sin tu ayuda jajaja…
      Te digo lo que a Valaf, gracias por tu colaboración, has sido un personaje estupendo 😉
      Un besazo muy grande y ¡¡Feliz Año Nuevo!!

  3. mocauy 1 enero, 2014 at 22:07 #

    que bueno!!!si que te lo has currado,hemos estado pendientes si la detective Mocauy encontraba a su desaparecida y mira termina tan confundida y marchando con la misma.
    felicitaciones !!! un beso y a seguir trabajando que queremos mas…

    • nesa 2 enero, 2014 at 23:49 #

      ¡¡Gracias Mocauy!!
      Me alegra que te haya gustado.
      Perdona por el golpetazo con el Decameron, espero que estés bien jajaja
      El final alternativo está en proceso, es más o menos lo mismo así que tranqui: sobrevives jajajaja
      Gracias por tu colaboración, has sido un personaje estupendo jeje.
      Un besazo enorme!!

  4. Blacquier (Su alteza Maldad Suprema) 1 enero, 2014 at 22:21 #

    Sí, sí, sí!!!!!! Lo sabía!!!! No sólo soy culpable como el demonio sino que además resulta que soy el mal supremo. ¿Acaso intentas decirme algo? Se ve que Canopus y yo estamos enganchadas al mismo juego del movil, jajajaja, me parto.
    La historia me encantó, y lo que me reí con esta última parte. Ha estado genial, pero sobre todo, lo más importante es: ¡BLACQUIER PRESIDENTA!! Muahahahaha.

    • nesa 3 enero, 2014 at 0:13 #

      jajaja… ya sabía yo que te iba a encantar tu papel.
      ¿Decirte algo?, ¿yo?, no tengo ni idea de lo que me hablas ;P
      Sí, tenía que ponerlo jajajaja
      … tal cual, ¡¡BLACQUIER PRESIDENTA!!
      Muchas gracias por tu colaboración, has sido un personaje estupendo y te agradezco enormemente que limitases tus instintos asesinos. Gracias por no cargarse al resto del reparto, su alteza Maldad Suprema 🙂
      Un besazo!!

  5. Mientrasleo 1 enero, 2014 at 23:17 #

    Me encanta.
    Verás, las malas son más guapas y elegantes, sobre todo porque pueden tener buen corazón y el traje de bruja con tacón de aguja me sienta de miedo.
    Has colocado las piezas como en un puzzle, y me he tenido que reír.
    Pobre… le parece todo tan real…
    Besos y Feliz Año, conjuraré mis mejores deseos

    • nesa 3 enero, 2014 at 0:20 #

      ¡¡Me alegra muchísimo que te haya gustado!!
      jajaja… tienes toda la razón, las malas son mejores y te veo con tacón de aguja, sí 🙂
      No, la detective no ha salido bien parada 🙂
      Por otra parte, has sido un personaje estupendo y te agradezco que al final no convirtieras al licántropo en gato jajaja…
      Besos y gracias por los conjuros, ¡¡así seguro que me irá de maravilla!!.
      Un abrazo y mil gracias por pasarte.

  6. MEG 7 enero, 2014 at 16:42 #

    Me quedo muerta, por fin paso a felicitarte y comentarte que me quedo muerta ante tanta creatividad y originalidad, para eso puedes usar mi nombre cada vez que quieras, jajajaja. Un besazo, crack!!

    • nesa 9 enero, 2014 at 1:28 #

      jajaja ¡¡Gracias Meg!!
      Me alegra que te gustara!! Ojo que te tomo la palabra y para la próxima la mala malísima eres tú, ¿eh? jajaja. Que va, es broma, en cuanto publique el final alternativo ya dejo lo de los nombres no vaya a ser que a alguien le parezca mal y es un lío tremendo eso de asignar personajes 🙂
      Un besazo y mil gracias por la visita!!

  7. Trotalibros 9 enero, 2014 at 17:37 #

    ¡Qué currado!!!!!!

    • nesa 9 enero, 2014 at 22:56 #

      ¡Gracias!…
      ¡Hala!, por venir apareces en el final que falta Muhahahahaha…

  8. mere 14 enero, 2014 at 13:38 #

    Me ha encantado el desenlace y dadas las circunstancias, salgo bastante bien parada 🙂 Y cumpliste tu promesa, acabaste a tiempo.
    Temo al final fatal y complejo, con más sangre y más malos… A ver si con el plan B la vamos a palmar… Quita, quita 😉
    Gracias, Nesa, un placer formar parte de todo esto. Bss

    • nesa 15 enero, 2014 at 22:50 #

      Gracias a ti Mere, has sido un personaje estupendo 😉
      La verdad es que se me pasó por la cabeza liquidaros a todos pero… a ver, que sois enemigos peligrosos y me preocupan las represalias jejeje. Que va, el final alternativo es igual pero con un par de personajes más. Seguro que los ponéis en su sitio 🙂
      Un beso y muchas gracias por pasarte.

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